jueves, 16 de abril de 2009

EPÍLOGO. OFICIO DE TINIEBLAS.



Dedicado al Señor Toretti, amigo y compañero.
Había llegado La Noche y como un ladrón, me colé en el templo. Callado, oculto, yo no existía. El largo sueño de la madrugada del Viernes empezaba en un rincón oscuro de San Miguel. Daba lo mismo, como cada año, olvidaría al instante todo lo que viviera en Jerez hasta que el sol me devolviese a casa.
Al son de roncas trompetas y a la voz del pregonero… Intimidad bajo las bóvedas de San Miguel. Tiempo de reflexión, de arrepentimiento y perdón. Tiempo de silencio. El nazareno del Santo Crucifijo siempre mira hacia adelante. Metros y metros de ruán negro a punto de salir gritando a la calle. Orden. Discreción. Nada de lo que veáis afuera debe turbaros. No habrá palabras. Pies descalzos. Esparto. Grandes capirotes. Daréis testimonio, sin volver la vista atrás.
Suena el reloj y cruje el portón. Comienza la procesión y el templo se apaga. Sólo cirios. Sólo una noche de abril y millones de ojos.
La luz marchaba, poco a poco, hacia la plaza de León XIII. Chirriaban las alpargatas bajo el paso. Voces broncas que dan órdenes a los costaleros. Un destino asumido. Cordero Místico. Dios. Hijo de Dios crucificado. Piel blanca y sudario dorado. Sangre a chorros. Una montaña amarilla y brillante camina hacia la multitud. Sólo eso. Miles de símbolos encerrados en la madera tallada. La hermosura plena a punto de ser repartida a espuertas. Luz que sigue escapando.
Llegó el momento más deseado, aunque nada era como nos habían contado. Recordé millones de expresiones estúpidas. Frases vacías oídas como un castigo cada año. Entre incienso y azahar. Varales de plata fina. La Pasión según Jerez. Rotonda de los Casinos. Luna de Nisán. Noche de Jesús. Como siempre, en primavera... Poesía barata. Mentira podrida. Dios había expirado y era devorado por un gentío mudo. Colgado en la cruz y apuñalado por cientos de flashes. Sangre. Ansia de sangre. Claveles rojos. Calor de cirios. Magia moderna y luz espectral. Jesucristo Superstar en un trono barroco. Y hasta mi rincón llegaba la voz del saetero, abriendo una herida. Belleza punzante. ¿Qué pecado has cometido, para clavarte de pies y manos? La Verdad ya estaba ahí fuera. Muerto. ¿Por qué nadie nos dijo nada?
El pueblo se escandaliza, el pueblo se alborotaba… Mientras San Miguel se va apagando, el público calla y permanece quieto. Satisfecho. En mi rincón, empiezo a sentir miedo. La oscuridad avanza.
Rojo y azabache. Ya sólo quedaba una fila de luz bajo las bóvedas góticas y se escurría lentamente. No quería quedarme sólo en esta noche tenebrosa. Nadie lo sabía, por eso avanzaron para cumplir con su obligación. Música lúgubre de bambalinas golpeando el metal de los varales. Bordados preciosos. Oro deslumbrante que se despide. La Virgen de la Encarnación enfila el cancel.
Por favor, no os vayáis.
En una iglesia tan grande no se oye la voz de alguien que está escondido en un rincón. Y así, fueron marchando con sus velas encendidas, pregonando al Mundo su fe. Los seis acólitos que acompañaban al preste eran mi última esperanza, pero ellos también miraron al frente, y agarrando sus candelas dejaron San Miguel. Frío y soledad. Ceguera absoluta.
La amarga muerte del Nazareno. Empezaba un largo viaje al fin de la noche, cuando noté que el último cirio que salió me había arrancado el alma. Oficio de Tinieblas. Vacío infinito. Estaba presente cuando Dios exhaló el último suspiro, sin que nadie antes me advirtiese de lo que iba a ver.



Manuel Romero Bejarano


Publicado en Diario de Jerez, Domingo de Resurrección, 12 de abril de 2009
Foto Juan Carlos Corchado

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