viernes, 9 de julio de 2010

Anécdotas en Tierra Santa (se acabó)

Jerez de la Frontera, siete de julio de 2010

Seguimos narrando algunas de las anécdotas que vivimos en nuestro viaje a Tierra Santa que concluyó este pasado lunes.

Fumadores.- Por lo visto son una plaga a nivel mundial. Se les niega el pan y la sal. Allá donde vayan no solo no pueden satisfacer sus deseos de encender un pitillo, sino que son mirados con desagrado por un montón de gente.

Consecuencia: la picaresca. Así hemos podido observar a algún peregrino fumarse un cigarro a un montón de metros de profundidad (allí bajamos solo diez o doce) en el aljibe de la piscina probática; escondidos en la parte trasera del bar del Mar Muerto; soportando 40 grados de pleno sol en un rincón lejano de Qum Ram donde no había ni lagartijas; tras unos setos altos en la Iglesia de las Bienaventuranzas; en los servicios del hotel, etc.

Menos mal que en los restaurantes dirigidos por palestinos todo es mucho más relajado y normal y te permitían hasta fumarte un puro sin necesidad de tenerse que salir a la “puñetera calle”.

Diamantes.- Nos ofrecieron en Galilea la posibilidad de visitar una de las tres ¿fábricas? existentes en Israel de tallado de diamantes (los judíos controlan el comercio mundial).

Allá que fueron bastantes de nosotros que volvieron a las dos horas aproximadamente, menos uno, que se quedó allí y que, nos dijeron, traerían más tarde en un coche de la propia empresa. ¿Por qué sería?

El crucificado del Vía – Crucis.- Queríamos traernos un recuerdo que quedara en la hermandad como testimonio de esta primera peregrinación. Decidimos que compraríamos una sencilla cruz que presidiría nuestro Vía – Crucis, cruz (que al final fue un crucificado) que nos adquirió uno de los chóferes de nuestros autobuses.

La idea era que fuera adquirida por la hermandad o sufragada por algunos de nosotros, pero muchos peregrinos nos pidieron colaborar. Así tras la Misa en el Santo Sepulcro el hermano mayor indicó que no diría el coste de la cruz, que cada uno aportara lo que buenamente podía o quería, y que todo lo que sobrara sería entregado al comedor del Salvador.

La generosidad de los peregrinos ha hecho posible que llevemos recogidos, y algunos han dicho que nos entregarán su importe en estos días, más de ochocientos euros, tras pagar la cruz. Precioso, ¿verdad?

Nuevos hermanos.- No todos los que viajamos estamos incluidos en la nómina de la hermandad. A los casi cuarenta hermanos se añadían algunas de sus esposas y esposos, familiares cercanos y algunos amigos.

Pues bien, ya casi al final de la peregrinación, varios de ellos se me acercaron para indicarme que querían pertenecer a nuestra hermandad de pleno derecho, lo que haremos tras la vuelta de las vacaciones.

Qué bonito tomar la decisión de ser miembro de nuestra hermandad en la tierra en la que nació, vivió y murió nuestro Señor.

La única incidencia.- Ocurrió en el Mar Muerto. Mientras algunos disfrutaban del baño que ya he comentado, uno de los peregrinos, vestido pero en la playa, intentó mojarse los pies para comprobar la temperatura del agua, sin apercibirse de que se encontraba en una zona de barro muy resbaladizo.

Batacazo, caída en al agua tan largo era, ropa con varios kilos de sal que hubo que enjuagar allí mismo en las duchas previstas para los bañistas, y los dedos de los pies que terminaron negros como el hollín como consecuencia del golpetazo.

A partir de ahí nadie pudo recibir más mimos. Voltarén en pastillas para la inflamación, otras pastillas para los dolores, masajes con no sé cuantas miles de tipos de cremas, oferta de zapatos anchos, de zapatillas abiertas, de…

Para haberse caído, vamos.

La otitis del peregrino.- Todos habíamos intentado que nada afectara al resto de peregrinos. Los más mayores se esforzaban por ir al ritmo de los demás para no causar retrasos ni molestias. Si a alguien le dolía algo se aguantaba como podía y seguía para adelante.

Una muestra de este esfuerzo y de la capacidad de sacrificio que se ha demostrado en esta peregrinación es que hasta no estar montados en el avión de vuelta no nos enteramos del dolor fortísimo de oído que había sufrido una de nuestras hermanas.

Ocurrió en Tiberias. Sin saber una sola palabra de otro idioma que no fuera el español, se fue sola a una farmacia. La mandaron al médico a cuya consulta acudió y que le recetó alguna medicina para el dolor que consiguió mejorarla en días sucesivos.

Cuando le recriminamos que no nos hubiera dicho nada, nos dijo que había comprobado que el viaje era tan importante para todos que no quería que por su culpa alguien tuviera que fastidiarse quedándose en el hotel acompañándola. ¡Hermoso!

Las discusiones árabes.- Os juro que llegamos a estar preocupados. Cada vez que hacía falta algo y se lo decíamos a alguno de nuestros guías, parecía que terminaba en bronca. Aspavientos, voces altas, unas parrafadas inteligibles y casi a gritos.

¿Qué pasa María, que nos tenéis asustados? Nada, es nuestra forma de hablar. Pues hija nos tenéis el corazón en un puño porque parece que va a iniciarse una guerra.

Comprobamos después que era verdad, que todos hacían lo mismo, que todos parecían que iban a matarse en cualquier momento. Qué barbaridad.

Como asumir el dolor.- Cada uno de nosotros asume sus males y penas de modo distinto. Hay quien se hunde, se deprime, o vive en la permanente tristeza. Hay quién le echa valor. Y hay, incluso, quién se lo toma a broma.

Nuestro hermano Eduardo sufre las consecuencias de un ictus desde hace varios años que le obligan a caminar con un tremendo esfuerzo y le impide el uso normal de uno de sus brazos, pese a ello se ha hecho famoso en este viaje por sus continuas bromas y chistes.

Estábamos almorzando el pasado domingo y los comensales tuvimos la siguiente conversación:

• Eduardo.- ¿A dónde vamos ahora?
• Respuesta.- A la Iglesia de Santa Isabel y la piscina probática.
• Eduardo.- ¿Que … es la piscina probática?
• Respuesta.- El lugar en el que Cristo curó al paralítico.
• Eduardo.- Ahí me tiro yo de cabeza.

Genial.

Otras.- Podría seguir contando historias, desde los nueve euros la hora que costaba internet en el hotel de Jerusalén, hasta el montón de pañuelos que nos hemos traído pasado por la piedra de la unción (la piedra sobre la que descansó el cuerpo de Cristo mientras era amortajado y en la que se realiza la estación número trece del Vía – Crucis, que siempre huele a rosas), pasando por un sinfín de momentos y comentarios, pero creo que ya es suficiente, creo que ya hemos demostrado la grandeza de esta peregrinación que, repito, nos ha marcado y cambiado la vida para siempre.

EPÍLOGO:

Por eso llega el momento final, el de los agradecimientos, el de los recuerdos hacia las personas que han hecho posible algunas de las vivencias más importantes de nuestras vidas:

A nuestros Directores Espirituales.- Ya he comentado como nos los calificaron en términos taurinos, pero hoy, ya en nuestra ciudad, y con algo más de serenidad, tengo que transmitir a todos los lectores de estas líneas que esta peregrinación no hubiera sido igual sin ellos.

Atentos a cualquier problema, pendientes de todo el mundo, cariñosos, participativos, con una enorme capacidad de transmisión de nuestra fe, y sabiendo darnos las dosis justas de ánimo y alegría, nos han regalado unas pláticas y homilías maravillosas, han conseguido que profundicemos en el amor en Cristo y en su Madre, y han hecho posible que volvamos con la seguridad de que nuestra fe no es vana, que tiene sentido, y que merece la pena vivir por ella.

A nuestros Diácono y acólito.- Todas nuestras Misas y actividades religiosas eran concelebradas. Ya hemos contado las homilías y charlas de nuestros primeros espadas, los padres Ramón Mera y Felipe Ortuno, pero sería injusto no recordar que hemos tenido la suerte de contar en la peregrinación con una “cuadrilla” de excepción: el diácono de la Parroquia de Santa María del Mar de Rota: Juan Carlos Fernández que nos hizo vivir cada Evangelio, y el acólito Joaquín Perea, nuestro hermano, Delegado Diocesano de Hermandades de nuestra Diócesis, que no solo atendió el altar en todo momento, sino que tuvo grandes detalles con muchos de nosotros, leyó, cantó y nos dirigió en el Vía – Crucis por el camino del dolor de Cristo.

A Manolo Fernández (Viajes Halcón).- Atento a cualquier problema. Furgón de cola que recogía a retrasados. Capaz de solucionar cualquier cosa. Manolo se extralimitó de sus funciones profesionales y se convirtió en un peregrino más que vivió con nosotros y con intensidad todos y cada uno de los momentos de la peregrinación.

A Suad María Sfeir (María, nuestra guía).- Sus charlas sobre la historia y el arte del lugar que visitábamos en cada momento, terminaban convirtiéndose algunas veces en lecciones de teología. No he visto a nadie poner más corazón en un trabajo.

Con una Fe con mayúsculas, defendiendo a muerte sus creencias (y nunca mejor dicho lo de muerte), pendiente de cada detalle, solícita a cualquier petición o necesidad, fue gran parte del alma de la peregrinación, y, muchas veces la voz de nuestras conciencias.

¡La sargento de hierro! Así la calificaron, en broma, algunos, pero tras la dureza aparente, un corazón como una casa.

A Nadi F. Rabadi (Nadi, nuestro otro guía).- Estudiante en Salamanca, licenciado en estudios de administración, palestino cristiano residente en una de las calles de la Vía Dolorosa de Jerusalén, era el contrapunto de María.

Menos pasional pero con muchísimos conocimientos, menos expresivo pero igual de atento a cualquier problema, a cualquier necesidad, Nadi terminó siendo aclamado y aplaudido por los componentes del autobús número dos.

A los chóferes.- También palestinos cristianos, no sé sus nombres completos y por eso nos los pongo, pero os juro que hicieron auténticas “vilguerías” con los pedazos de autobuses que llevábamos para llegar a tiempo a los sitios previstos. Jamás les faltó una sonrisa en los labios.

A los peregrinos miembros de nuestra junta de gobierno.- Asumieron su responsabilidad en todo momento y no la eludieron jamás. Se esforzaron hasta el infinito. Hicieron lo imposible para que todo fuera bien. Demostraron que eran hermanos del Santo Crucifijo.

A la hermandad.- Nos la llevamos a Tierra Santa en el corazón y la vivimos y disfrutamos como nunca lo hemos hecho. Nuestra forma de ser y de trabajar, nuestros silencios, la unión que pretendemos imponer en todo momento, se hicieron presentes en muchísimos instantes.

Todos nuestros hermanos estuvieron allí. De todos nos acordamos. Por todos pedimos.

A nuestros benditos Titulares.- Ellos lo hicieron posible, por Ellos fuimos, a Ellos nos encontramos, a Ellos sentimos, con Ellos gozamos hasta el infinito. Han conseguido renovar nuestra fe, y acrecentarla en muchos grados. No ha habido ni un solo problema. Nos los hemos encontrado en cada rincón, en cada esquina, en cada Iglesia, en cada piedra. Nos han acompañado y han guiado nuestros pasos. Nadie lo pone en duda.

Y la petición de perdón.- Quizás me haya pasado en algún momento con alguna de mis “filípicas” o forzando algunos de los momentos de oración no previstos inicialmente. Quizás no haya estado suficientemente atento a algún problema o necesidad. Quizás me haya pasado escribiendo estas líneas. Quizás… no haya estado a la altura que las circunstancias requerían.

No pretendo pecar de humilde sino hablar con sinceridad. He intentado en todo momento que esta peregrinación sea inolvidable. Para mí os juro que lo ha sido, y a muchos años luz que la que ya hice hace diez años. Espero que también lo haya sido para todos.

Si no ha sido así lo siento una enormidad, y os lo digo con el corazón.

Desde Jerez, con ansias y hasta necesidad de volver a aquella Tierra bendita y maldita a la vez, termino estas líneas que solo han pretendido dejar constancia de las vivencias y emociones de ochenta y seis personas, de ochenta y seis hermanos que han estado pisando, sintiendo y gozando de la presencia de Cristo y de María casi de manera permanente.

Que nuestro Santo Crucifijo de la Salud siga guiando nuestras vidas. Que nuestra Madre de la Encarnación continúe cubriéndonos con su manto.

Luis

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