martes, 6 de julio de 2010

JERUSALEM. DOMINGO CUATRO DE JULIO DE 2010

Hoy cerrábamos la peregrinación. Tocaba de nuevo madrugar, porque a las ocho teníamos que estar en la puerta de Herodes de la muralla de Jerusalem (cuatro kilómetros de perímetro) para acercarnos caminando por las callejuelas del barrio árabe hasta el lugar de inicio del Vía - Crucis.

En la misma puerta de la muralla, y antes de entrar, el Padre Felipe bendijo el sencillo Crucificado que hemos comprado en Belén para que presidiera este Vía - Crucis. Crucificado que quedara en la hermandad como recuerdo y memoria de esta primera peregrinación a Tierra Santa.

Como explicar que se siente caminando tras la Cruz por unas calles estrechas, con tramos en cuesta y largos escalones, entre bazares árabes que empiezan a abrir, teniendo que pegarnos a la pared a veces para poder dejar transitar a una moto, a un coche o, incluso, a un pequeño tractor que recoge la basura.

Nada que se parezca a lo que vivimos, porque al paso de personas que rezaban o cantaban cuando nos escuchaban con respeto, a los ortodoxos que se persignaron, a los árabes que, respetuosos, callaban a nuestro paso, se unía a veces el sonido de un coche con la música altísima, los gritos de alguien llamando a otra persona y hasta los que se metían en el centro de nuestro grupo intentando vender cualquier cosa, desde agua hasta frutas.

Todo es diferente: los fuertes olores a especias, propios de un zoco, los sonidos desconocidos, calles de piedra por todos lados que en nada se parecen a las nuestras, suciedad a raudales. Es probable, muy probable, que así fuera el camino de Jesús con la cruz a cuesta camino del Gólgota.

Fuimos rezando, cantando, meditando, gozando cada paso, cada centímetro. Cada pocos segundos cambiaba el portador de la cruz que, junto a nuestros dos sacerdotes, caminaba delante de todos nosotros abriéndonos el camino, como señal del que teníamos, tenemos, que continuar.

Llegamos a la plaza que da acceso a la puerta de la Iglesia del Santo Sepulcro. Íbamos cantando perdona a tu pueblo y...
nos mandaron callar: en la plaza y en todos los lugares donde aparezca un Pope ortodoxo, están prohibidos los cantos, especialmente para los católicos.

Subimos al Gólgota. Sí, subimos, así como suena, por una escalera que ocupa el lugar exacto por el que se accedía a la gran piedra de la calavera que, en medio de una cantera abandonada, frente a una de las puertas de la muralla antigua, y frente a un cruce de caminos por su exterior, servía para los ajusticiamientos ejemplarizantes.

De este camino no cabe duda, como no lo cabe del lugar de la crucifixión, y como no lo cabe del lugar de la tumba.

Aun impresionados por el lugar en el que estábamos, quedamos aun mas atónitos cuando un Pope nos impidió rezar en voz alta con bastante malos modales y poca educación. Pese a ello lo hicimos. Pese a él nos arrodillamos uno a uno bajo el altar en el que está el boquete de la cruz, pese a todo, nos emocionamos hasta el infinito sintiendo tan cerca la presencia del Señor.

Y... a la cola, enorme cola, para poder acceder al Santo Sepulcro. Pero la espera (una media hora) mereció la pena porque pudimos darnos cuenta de hasta dónde pueden llegar los pecados de nuestras Iglesias. Y si no es así juzguen ustedes mismos:

Imagínense que están ustedes intentando concentrarse en el momento mágico que van a vivir. Nada más y nada menos que acceder al lugar en el que estuvo enterrado nuestro Señor. Frente al Santo Sepulcro, y en una especie de Iglesia interior de grandes proporciones el Patriarca Ortodoxo oficia la Función solemne de cada domingo: cantos altísimos, liturgia espectacular, incienso a raudales, etc. Asisten un montón de sacerdotes ortodoxos y monjas (todos de negro riguroso, y los oficiantes con unos ropajes impresionantes, tanto, que baste decir que la capa del patriarca tiene que ser llevada por cuatro personas), pero poquísimos fieles (conté doce personas).

A la vez, y justo detrás del Santo Sepulcro y en un pequeña Capilla el patriarca Copto oficia también su solemne función dominical: Salmodia contenida en un tono de voz que suena a arameo antiguo, movimientos de los sacerdotes que ofician (todos de blanco) y de los acólitos o como se llamen. Ropajes preciosos pero más pobres, pero que incluye que el oficiante va revestido desde los zapatos hasta la cabeza. Asisten un grupo pequeño de personas mayores, diez o doce, y por lo menos quince o veinte pequeños. Todos comulgan un trozo de pan, incluso a los recién nacidos les meten en la boca un trocito. Todos cuando comulgan se ponen un pañuelo bordado en la boca, que me supongo que será especialmente dedicado para este menester.

A la vez también, y justo detrás del muro de los coptos, oficia el Patriarca Ortodoxo sirio. Aquí van todos de negro y cubiertos con un capuz en punta, ropajes aun más vistosos (rojo fuerte), canto de un lector de manera permanente mientras se oficia sea cual sea el momento de la función y aun cuando el oficiante esté también hablando. Asisten seis o siete personas.

Pero faltaba lo mejor: Unos golpes fortísimos llegan desde la puerta principal. Una larga comitiva, precedida por dos pertigueros que van golpeando con fuerza y rabia cada paso que dan, inicia su entrada en el Templo. Da igual que todos recen y canten, da igual quien esté en la cola esperando: ha llegado el patriarca Armenio que viene a presidir también su función en la Capilla de Santa Elena y hay que hacerse notar. Le colocan una alfombra para que pueda besar la piedra de la entrada. La procesión continúa con la misma estridencia hasta llegar a su capilla, donde, otro más, empieza a escucharse otro nuevo canto fuerte y continuado.

Un lio impresionante y casi aterrador a nuestros ojos porque asistimos atónitos a una especie de guerra entre Iglesias cristianas de la que, gracias a Dios nuestra Iglesia católica se ha desligado (la función de los franciscanos es a la seis de la mañana para que no exista problema alguno con nadie).

Pese a ello los momentos son emocionantes y emotivos. Entramos de cuatro en cuatro en el Santo Sepulcro. Hay que casi arrodillarse para poder entrar. Te permiten estar dentro escasos segundos. Pero sabe Dios que solo por esos pocos segundos vale la pena cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio. Que grande esto Dios mío.

Misa en una capilla de los franciscanos. Cerramos su puerta enorme, con lo que nos aislamos del lio exterior. Misa maravillosa, cantos con sentimiento, de nuevo emoción, de nuevo emotividad, de nuevo...

Se ha acabado la peregrinación. Hemos celebrado la Misa de Pascua. El Señor ha resucitado en nuestros corazones desde esta Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalem.

Todo se ha acabado, porque lo que viene después es un poco de turismo por el barrio judío, la visita al muro de las lamentaciones y la despedida de María en la preciosa Iglesia románica junto a la piscina probática que recuerda el lugar de su nacimiento.

Algunos, después, se fueron al Vía - Crucis que organizan los franciscanos a las cinco de la tarde y del que os hablaré en el epílogo que hagamos de esta peregrinación, pero ya en Jerez. Otros se fueron a descansar que estamos reventados de tanto andar, de tanto calor, de tantas emociones. Otros se fueron de compras o a dar una vuelta.

Mañana casi todos vamos a volver a madrugar para salir a las siete del hotel y asistir a la Misa del Santo Sepulcro a las siete y media. Sera nuestra despedida. Intentaremos repetir de nuevo la visita al interior del sepulcro. Que más podemos pedir.

Por la tarde volvemos, y de madrugada de nuevo en nuestra tierra de Jerez a la que tanto queremos.

Haremos, como he dicho antes, un resumen de esta peregrinación. Explicaremos más detalladamente algunos de sus momentos. Pero ahora, en este momento, me acuerdo de mi hermano Lete que hizo este mismo viaje conmigo hace diez años. Lete decía que ojala le saliera un trabajo que le permitiera volver a tierra Santa una semana cada mes.

Todos los que estamos aquí pensamos lo mismo. Esto es un lio, un desastre a veces, totalmente distinto a lo que conocemos, calor enorme, torre de babel de personas, de religiones, de creencias, de formas de vida.

Pero pese a ello, aquí, amigos, esta Dios. No nos cabe la menor duda.

Hasta dentro de unas horas, un abrazo fuerte a todos. Luis


Se acabó. Esta mañana en la Basílica del Santo Sepulcro dimos por concluida la peregrinación.

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