jueves, 8 de julio de 2010

TIERRA SANTA, Jerez de la Frontera, seis de julio de 2010

Llegamos anoche aproximadamente a las dos de la madrugada. Enormemente cansados, pero inmensamente felices.

Con unas maletas repletas de regalos y con el corazón rebosante de recuerdos, llegamos a casa.

Nuestro encuentro en la Plaza de Rafael Rivero con mi buen amigo Andrés Cañadas a esa hora de la noche me demuestra que estamos de nuevo en nuestra ciudad. Hemos vuelto a Jerez, y todos bien, gracias a Dios.

Del día de ayer, cinco de julio, poco hay que contar. Como dije en la última crónica muchos de nosotros nos levantamos otra vez a las seis de la mañana (cinco de la madrugada en España) para asistir a la Eucaristía de los franciscanos en el Santo Sepulcro.

Una Misa preciosa, cantada por la comunidad franciscana con el sonido impresionante del órgano, y además en español porque uno de los sacerdotes que presidía parece que es el director espiritual de un grupo grande de sudamericanos, y que hizo una homilía corta, pero preciosa también.

No pudimos entrar en el Santo Sepulcro porque hasta las nueve no están permitidas las visitas, pero si pudimos subir al Gólgota. Ahora no había Pope alguno que nos fastidiara (por lo visto madrugan bastante poco), ahora teníamos tiempo para disfrutarlo, y así lo hicimos.

No sabéis ni podéis imaginaros lo que se siente arrodillados sobre el lugar que ocupó Cristo clavado en la Cruz, y yo no lo voy a calificar, simplemente porque no puedo.

La vuelta al hotel por las calles angostas y llenas de vida de Jerusalén fue una mezcla de gozada y sufrimiento. Gozada porque parece que andamos por calles de la edad media: estrecheces, puertas medievales, calles completamente cubiertas; y sufrimiento por la suciedad, la mugre, y hasta porquería que tienen las calles del barrio árabe.

Al aeropuerto: Vaya tela de controles. Estaba claro que no habíamos visto apenas soldados ni sufrido problema alguno de seguridad en los siete días del viaje, porque… todos estaban allí. Hasta cuatro controles tuvimos que pasar. ¡Qué paliza!



A mí, por ejemplo, me hicieron tener una maleta abierta más de veinte minutos por que parece que en el escáner se veía algo. No era la plancha de viaje, ni el pequeño secador, ni el tensiómetro. Eran unas zapatillas de material que revisaron casi milimétricamente.

Menos mal que nuestro hermano Jaime habla un inglés correctísimo y explicó que las había adquirido en Jerez y eran de uso personal, que si no me destrozan las zapatillas para ver si había algo en su interior.

A nuestro amigo Paco Farach lo tuvieron 20 minutos haciéndole preguntas porque, por lo visto, su apellido suena a musulmán.

A nuestro antiguo capataz José María González se lo llevaron a otro sitio para cachearlo con gran disgusto de su hija que estuvo a punto de sufrir un “soponcio”. La verdad es que no nos extrañó aquello por la cara de “moro” que tiene José María.

Sin embargo, se supone que no se pueden meter botellas con líquido en el aeropuerto, y yo pasé por los cuatro controles una botella de agua en una bolsa de viaje sin que nadie dijera nada. ¿Alguien lo entiende?

Pero todo acabó en anécdotas de las que nos acordaremos algún día y servirán para que nos riamos.

Y hablando de anécdotas, me sugirieron algunos peregrinos que añadiera a estas crónicas algunas de las muchas que hemos vivido en Tierra Santa. La verdad es que en un grupo de 86 personas, durante ocho días y en una nación tan compleja como Israel, surgen un montón de circunstancias graciosas, simpáticas, emotivas y de todo tipo.

Iremos, pues, añadiendo a estas crónicas, y en los próximos días, algunas “croniquillas” de momentos felices y alegres para que queden perecederamente en nuestra memoria.

Pero eso será mañana. Hoy me voy a San Miguel que tenemos mucho que agradecer a nuestro Santo Crucifijo y mucho que hablar con nuestra bendita y preciosa Madre de la Encarnación.

Desde Jerez, hasta mañana. Un abrazo a todos, Luis

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