lunes, 5 de julio de 2010

JERUSALEM, 3 DE JULIO DE 2010

Acaba de terminar el partido de España. También ha acabado el Sabbat (creo que se escribe así), por lo que, por fin, puedo ponerme a escribir estas líneas que pretenden transmitir a nuestros hermanos las sensaciones y vivencias de esta peregrinación que está resultando especial.

Pero antes me van a permitir Uds. que les diga que este es un país incomprensible demasiadas veces, y así les va. Resulta que el viernes al atardecer empieza el día santo para los judíos, pero a diferencia de cualquier país civilizado, aquí se vanaglorian de fastidiar al personal, me imagino que para demostrar una cierta sensación de superioridad. Esta mañana hemos desayunado todo frio, porque no se puede encender ningún aparato eléctrico, ayer no pude escribir estas líneas porque no se pueden encender los ordenadores, y así sucesivamente.

Pero creo que en el fondo hay mucho de hipocresía. Anoche había una especie de fiesta en el hotel que se lleno de judíos ortodoxos, todos de negro, todos con levitas, todos con los tirabuzones de medio metro, y todas ellas feas con ansiedad y vistiendo también de negro y de manera horrorosa. La comilona era de aúpa. Se supone que se reúnen para comer en comunidad y después marchar al muro de las lamentaciones. La realidad era que a las doce los únicos que habían salido del hotel eran dos jóvenes con una borrachera imponente.

Pero eso sí, hasta un ascensor funciona solo con la voz para no generar energía. Lo entienden ustedes.

Pero en fin, son sus costumbres, es su forma de decir al mundo que ellos son el pueblo elegido, y que los cristianos somos de una ralea inferior. ¡Qué le vamos a hacer!.

Hoy, por tanto, intentare resumir los dos maravillosos días que hemos vivido:

Viernes, dos de julio, Campo de los pastores.

Habíamos madrugado de nuevo. Pasamos la frontera de Belén sin complicaciones, fuimos de compras (creo que llevamos varios millones de rosarios, cruces, nacimientos, niños Jesús, ...), y a las once y media estábamos ante la Iglesia pequeña que recuerda el lugar donde el Angel anuncio a los pastores el nacimiento del Niño Dios.

María, nuestra guía, nos invito a unos dulces de navidad en los jardines exteriores, cantamos villancicos, disfrutamos, y a las doce entramos a la Iglesia para rezar el Angelus. Todos nos dispusimos alrededor de la Iglesia, redonda y con el altar en el centro, y una voz pidió que dedicáramos el rezo a nuestro hermano Nono Merino, a su familia, a sus amigos, y con él a todos los cofrades que se fueron.

Cogidos de la mano y de rodillas, escuchamos el Evangelio, y rezamos el Angelus más emocionante que probablemente jamás hayamos vivido. Al final, y además, alguien entonó el villancico de las casas del nacimiento ante la pintura que representa la Sagrada Familia.

Como sería aquel momento que hasta María, acostumbrada a convivir con miles de peregrinos a los que acompaña, rompió a llorar desconsoladamente abrazada a otros muchos que también lloraban de emoción.

Después nos contó que no había oído nunca aquel villancico, y que le había recordado las tristes navidades que pasa en una ciudad, Belén curiosamente, con su escasa familia, rodeada de musulmanes a los que le molesta cualquier cosa, cualquier canto de Navidad. Nos dijo que no sabíamos cuanto nos envidiaba.

Pero el día era, de nuevo, proclive a emociones porque a las tres de la tarde, sí a las tres, con una luz esplendorosa y bastante calor, celebramos, nada más y nada menos, que la Misa del Gallo.

Palabras maravillosas del Padre Felipe, que homilías estamos viviendo y escuchando, Iglesia llena a rebosar porque todo el que llegaba se iba añadiendo a nuestro grupo sorprendidos ante lo que vivían, y canto emocionado, mientras besamanos la imagen del Niño Jesús, del villancico de Antonio Gallardo que augura el fin del Niño que nacía en aquel momento en nuestros corazones, y la envidia que siente la fuente por la belleza del color divino de ese Niño.

Os juro que no estoy exagerando en lo más mínimo si os digo que conseguimos transmitir nuestros sentimientos a todos cuantos allí estaban. Precioso, sentido, inmenso.

Para colmo de emociones conseguimos que las 88 personas que componen el grupo estuviéramos juntos en la pequeñísima capilla que recuerda el lugar exacto del nacimiento de Cristo. Con un calor de sofoco, casi sin aire, cantamos un villancico de nuevo con tanto fervor que el Pope paró la cola de personas que accedían a la capilla para que pudiéramos terminarlo sin que nadie nos estorbara. Todo un detalle.

Y todavía quedaba algo más. No estaba previsto, pero creímos que era necesario hacerlo. Era viernes, el día en el que rezamos el ejercicio de las Cinco Llagas en San Miguel y la Salve a nuestra Madre de la Encarnación. Somos hermandad Sacramental, y le pedimos a María que nos buscara una Iglesia donde poder tener un rato de meditación ante el Santísimo en torno a las ocho de la noche.

Lo consiguió, como siempre. En la maravillosa Iglesia de la Agonía, alrededor de la piedra que recogió la sangre que sudo Cristo cuando le pidió al padre que si era posible que pasara tanto sufrimiento, pero que haría su voluntad, el padre Ramón expuso a Cristo Vivo y nos pidió silencio. Veinticinco minutos impresionantes, de verdad. Ni una sola tos, ni un solo arrastrar de sillas, ni un movimiento, solo el Santísimo y nosotros. Que belleza.

Alguien ha dicho que nos hemos traído a Jerusalén los silencios de nuestra hermandad, y yo estoy seguro que es así.

Sábado, tres de julio de 2010. Iglesia de la Agonía.

Empezamos escuchando Misa a las ocho de la mañana en el mismo sitio donde terminamos ayer. La homilía del Padre Ramón, centrada en el sufrimiento y, en especial en aquellos que tienen deficiencias, problemas, síndromes, ha sido de nuevo impresionante. Tras la Misa un franciscano nos ha abierto el huerto donde se conservan 8 ejemplares de olivo que, según los expertos, tienen un antigüedad de entre 1.500 y 2.000 anos. Otro detalle que agradecer.

Visita a la Iglesia del Pater noster, Ascensión del Señor (que curiosamente es una mezquita), Dominus Flevis (en medio del inmenso cementerio judío). Aquí nos sentamos en la también pequeña Iglesia que tiene la peculiaridad de que su retablo tras el altar es una gran cristalera que permite, sentados, estar viendo la preciosidad de la ciudad de Jerusalén desde el monte de los olivos.

Esta Iglesia rememora el momento en el que Jesús, antes de entrar el Domingo de Ramos en Jerusalem, se paro y lloro por la ciudad prediciendo la destrucción del Templo.

En esta situación, sentados, enfrente de Jerusalem y recordando el inicio de la primera Semana Santa de la historia, un hermano nos habló de las hermandades, de nuestra responsabilidad, de nuestras obligaciones. Pedimos todos por las hermandades, para que el Señor nos guie por el camino por el que nos necesite.

Galicanto; la casa de Caifás, las negaciones de Pedro.

Tras el acto en la Iglesia, bajamos a la cisterna en la que, con casi toda seguridad, estuvo Jesús mientras esperaba el juicio de los sacerdotes del Templo. A una profundidad inmensa, conociendo las circunstancias de lodo y barro en el que estuvo casi enterrado muchas horas, nos habló el Padre Felipe recreando el texto de aquellos momentos.

Se apagó la luz, nos quedamos a oscuras y empezamos a cantar el Perdona a tu Pueblo. ¡Ya os imaginaréis el resto!.

Pero aun quedaba lo mejor, la visita al Cenáculo (un lío de gente tremenda de no sé cuantas nacionalidades, todos con sus guías, todos explicando, todos intentando chillar más que el de al lado) no fue lo importante que esperábamos, pero dio igual, porque bajamos a la Iglesia de la Dormición que recuerda el sueño de la Virgen antes de su Asunción a los cielos.

La capilla tiene una cripta. En el centro, rodeada de columnas, una maravillosa imagen de la Virgen muerta, bellísima, imponente, sobrecogedora. De nuevo todos juntos, de nuevo todos los corazones unidos.

Cantamos el Sálvame Virgen Maria cargado de emoción, rezamos un misterio del rosario, y alguien pidió por nuestros familiares difuntos, por nuestros hijos, padres o hermanos que ya vivían al lado de la Madre. Cantamos el Salve Madre con más intensidad que jamás nadie lo haya hecho.

No os voy a contar lo que siguió porque no quiero parecer pesado. Solo diré una cosa: No sabemos qué es lo que está pasando en esta peregrinación.

María, nuestra guía y Nadi, el otro guía, nos dicen que nunca han vivido nada parecido. El padre Felipe dice que un ángel se nos va apareciendo en casi todos los sitios para hacernos vivir esta peregrinación al encuentro de Cristo y de su Madre. Otros dicen que es la Virgen la que nos está llevando de la mano. Pero lo cierto es que, estoy seguro, nuestras vidas van a cambiar a partir de este viaje. Nunca será nada igual, no puede serlo porque estamos sintiendo en nuestra sangre, en nuestro cuerpo, que merece la pena ser cristiano, que merece la pena seguir cada día, cada minuto, a aquel hombre que, en esta tierra bañada de sangre, dio la suya por todos nosotros.

Cuando lleguemos a Jerez podréis hablar con todos y cada uno de nosotros, podréis preguntarnos que hemos sentido y vivido. Comprobareis que no he faltado ni un centímetro a la realidad.

Mañana nos espera el gran día: Vía - Crucis y Misa en el Santo Sepulcro.

Allí nos volveremos a acordar de todos ustedes que nos acompañáis en nuestros corazones. Luis

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